Todo sustantivo, sean
personas o cosas, es el conjunto de los atributos, adjetivos, predicados y
accidentes que le correspondan. Si al sustantivo le restamos sus atributos, adjetivos,
predicados y accidentes, el sustantivo queda reducido a cero. El lenguaje es
muy engañoso. En su empleo habitual hay exageración y engaños. El lenguaje
nunca termina por atrapar a la realidad tal cual es: siempre se quedan cosas y
aspectos fuera o se ponen cosas que no se dan. De dos personas, la señora X y
la señora Z, podemos decir: son estresadas. Hemos metido en el mismo conjunto a
la señora X y a la señora Z con la nota común “estresadas”. Pero cuando hacemos
esto, dejamos fuera del conjunto “estresado” el 95 por ciento del sustantivo de
la señora X y el 95 por ciento del sustantivo de la señora Z. Y a lo mejor
resulta que las diferencias sustantivas entre la señora X y la señora Z son
abismales. Desde que adjetivamos con fines identificativos a dos personas, y
esto lo hacemos muy a menudo, llevamos a cabo un proceso de abstracción donde
dejamos muchas, pero muchas cosas atrás. Somos más dados a las abstracciones de
lo que pensamos. Pero estamos habituados a emplear el lenguaje de esa
manera. Así que en muchos casos el lenguaje
es un engaño. Y los adjetivos son la herramienta fundamental de ese engaño.
Deberíamos ser más prudentes en el uso del lenguaje.